Über mich


La pintura me eligió mucho antes de que yo pudiera nombrarla. Fue presencia diaria, juego silencioso, un idioma que se hablaba en las paredes de mi infancia, donde los colores no eran ornamento, sino memoria viva.
Mi padre, incansable buscador de formas, pintaba como quien respira: con entrega, con urgencia, con misterio. Sus trazos fueron mis primeros maestros, y con ellos aprendí que el arte no se enseña, se transmite.
Con el tiempo, me desprendí de su sombra, como una hoja que cae sin perder el árbol. Estudié la historia de la pintura no como quien memoriza fechas, sino como quien escucha voces antiguas que aún susurran en los pigmentos.

Viena me abrió sus puertas como un corazón que late en el centro de Europa. Allí toqué obras que otros solo miran, devolví vida a lo que el tiempo quiso borrar, y en cada grieta encontré una historia, una intención, una luz que aún respira.
La restauración me enseñó paciencia, precisión y respeto —virtudes que también atraviesan mi pintura.
Mi estilo puede resumirse así: de los símbolos nació la figura, de la figura el movimiento y la música, hasta alcanzar la libertad del color y de las formas. Esa evolución vive en mis obras, que son rítmicas, intuitivas, abiertas a lo inesperado.
Hoy, cuando pinto, no busco respuestas, sino preguntas que se dibujan en el silencio. Mis obras son diálogos con lo invisible, ecos de lo que fue y de lo que aún puede ser.
Porque, en el fondo, todos los artistas compartimos lo mismo: la soledad luminosa de la creación y el susurro constante de algo que nos llama desde dentro.